sábado, 14 de marzo de 2009

DOS TEMAS POR MIGUEL ARGAYA


ABORTO VOLUNTARIO, CLONACIÓN HUMANA Y FECUNDACIÓN ASISTIDA


Primero: reconocer que es éste un tema que, por su gravedad, requiere poca retórica. En todo caso, fijar el nivel de la argumentación, que no puede ser meramente lacrimógeno, ni puramente cientifista, sino que debe partir de una definición concreta de la existencia humana individual, eso que somos todos y cada uno de nosotros. Sin tal definición, cualquier debate acabará siempre cerrado en falso, apelando a la casuística y a la conciencia personal, como así ocurre tantas veces con harto regocijo de los enemigos de la vida.

Si somos capaces de reconocer nuestra existencia individual como personas, deberemos ser capaces también de reconocer que esa existencia tuvo un origen, un momento crucial en que se crea. Fijar un tiempo mínimo de desarrollo para definir tal realidad existencial -una cierta cantidad de semanas, por ejemplo, desde la fecundación- es reconocer en última instancia que el momento crucial está en esa misma fecundación, que es el hecho desde el que se cuenta por ser el único suficientemente “claro y evidente” en la vida del embrión y del feto. Y esto no lo decimos nosotros; lo dice, inequívocamente, la ciencia. La reacción química que tiene lugar en cuanto el óvulo percibe la entrada del primer espermatozoide es tan automática (décimas de segundo) y blinda de tal manera la membrana que envuelve al óvulo, que la hace inasequible a cualquier nueva invasión. Esto sí que es un hecho claro y distinto, comprobable por medios técnicos en el laboratorio. En las condiciones óptimas de alimentación y habitabilidad, y sin intervención artificial ninguna, un óvulo fecundado dará lugar a un niño, cosa que nunca hará otra célula cualquiera de nuestro cuerpo, ni siquiera un óvulo no fecundado, por más que su información genética sea también inequívocamente humana. Lo evidente -y lo que al parecer hay que señalar- es que la existencia humana individual es un proceso, y que por ese punto de la fecundación, como por el del parto, hemos tenido que pasar todos sin exclusión.

Pretender que el embrión no es un ser humano a las doce semanas, pero que sí lo es a las doce semanas y un día, exige dar una explicación científica acerca de lo que haya pasado en ese tiempo de relevante, de distinto respecto de lo que pasaba antes; algo ciertamente difícil. Decir, en cambio, que un ser humano no lo es todavía antes de la fecundación y sí después, habiendo pasado décimas de segundo y fenómenos químicos constatables y descriptibles entre ambas situaciones, es una aseveración más que lógica, por más que el cigoto recién fecundado no se parezca todavía a un ser humano adulto. La pregunta es si seremos tan egocéntricos como para considerar que el único modelo fisiológico de ser humano es el ser humano adulto. Y en tal caso, ¿de qué raza, de qué sexo, de qué estatura, con qué facciones? ¿Es un bebé recién nacido un ser humano, siendo tan distinto fisiológicamente de un anciano de ochenta años? Alguien que desconociese el proceso de desarrollo de la existencia individual humana podría pensar que se trata incluso de especies diferentes.

Está claro que es el abortista quien tiene que proporcionar una definición coherente y concreta de lo que piensa que es un ser humano individual. Cosa que aún no ha hecho. Y para ello no basta remitirse a lo que diga la ley. Si toda definición de ser humano se hace depender de las puras decisiones parlamentarias, ¿quién asegura que un día -como ya fue- la mayoría no proclame la “no humanidad” de deficientes, judíos o gitanos?

Lo cierto es que no hay otra forma de acertar en esto que retrotraerse al momento de la fecundación, y definir a todo ser humano como el resultado de la unión celular de dos gametos humanos en un único ser diferenciado, dotado de información genética humana completa y activa, y capaz de generar, a falta de los nutrientes y el hábitat adecuado, un individuo humano adulto. Algo que sólo empieza a pasar en el momento de la fecundación. Ni antes, ni después. Y si se duda, si no se tiene claro que el embrión sea un ser humano definitivo, aplíquese esa norma jurídica muy extendida que hace referencia a que “en la duda, la resolución ha de ser siempre a favor del reo” (in dubio, pro reo). ¿Cómo, cabiendo la duda, escamotearle un privilegio -el de la absolución por duda razonable- que la sociedad concede generosamente a asesinos, violadores y genocidas?

Una vez aquí, se comprenderá por qué cualquier persona sensata debe situarse moralmente en oposición radical a toda liberalización del aborto voluntario. La vida humana individual, en cualquiera de sus fases de existencia, está dotada de una Dignidad absoluta e intrínseca. Y en esto no cabe relativización alguna: se es un ser humano o no se es, no caben términos medios. La conciencia, aquí, no tiene otra cosa que hacer que asentir a la Vida. Eso, o resignarse cada uno a esperar su particular “San Martín” según el no siempre libre designio de las masas.

Es el propio sentido común, en última instancia, el que impele a todo hombre de buena voluntad a oponerse radicalmente a toda posibilidad de despenalización del aborto voluntario. El aborto, obviamente, no ha servido de solución, sino más bien de levadura para otro problema, el de la creciente desinhibición de nuestros jóvenes, convenientemente alentada y administrada, por cierto, por ciertas desafortunadas campañas institucionales para extender el uso del preservativo (recordemos el “póntelo, pónselo”), por los medios de comunicación de masas (que inundan las pantallas de mensajes explícitamente sexuales) y por las multinacionales del aborto, que las hay.

Respeto absoluto, por lo tanto, a la Dignidad y a la Vida humana en todas sus fases de desarrollo. Un respeto sagrado que debe llevar a todo ciudadano bien informado a rechazar también la clonación humana en laboratorio, tanto si su fin es la mera investigación científica (eso que eufemísticamente llaman “clonación terapéutica”) como si lo es facilitar la reproducción de parejas naturalmente imposibilitadas para ello. En el primer caso, por lo que tiene de utilización de la vida humana individual, y en los dos -en el primero y en el segundo- porque supone la destrucción intencionada de embriones catalogados significativamente como “sobrantes”. ¡Como si alguna vida humana pudiera “sobrar”! Recordemos que en la fecundación asistida son destruidos dos embriones por cada uno que se implanta, y que en la llamada “clonación terapéutica” se destruyen todos. En este último caso, la cosa es además dramáticamente perversa, porque se está primando por los poderes públicos esa línea de investigación, todavía muy problemática en lo que a resultados prácticos se refiere, Claro que no son escasos los intereses económicos que están en juego: las multinacionales de la investigación genética se frotan las manos ante la posibilidad de contar con centenares de miles de embriones actualmente congelados, es decir -usando terminología progresista-, “sobrantes”.


EL "MATRIMONIO" HOMOSEXUAL



De entre los dos modelos de sociedad que la filosofía política presenta -el que la ve como un hecho natural en la vida humana y el que la ve como una convención artificial necesaria para impedir la lucha despiadada de hombres que son “lobos para los otros hombres”-, yo me quedo con la primera, la más optimista: la que entronca con la tesis de que el hombre es un ser social por naturaleza. Una realidad que tiene a la familia como núcleo básico e inevitable, y al matrimonio como su razón fundacional.

Máxima consideración, por tanto, debe la sociedad al matrimonio. Una consideración que debe empezar por respetar lo que cada cosa es. Y el matrimonio, que existe fundamentalmente como cauce natural para la procreación y la crianza de los hijos, es una institución necesariamente heterosexual. Así lo ha querido al menos la naturaleza, que es la que en última instancia define el modo de reproducción de las especies. Algo que podrá gustar o no, pero que no admite réplica. Como no la admite que el más adecuado desarrollo psicológico de los hijos precisa, además, que las figuras paterna y materna se correspondan con aquello que la naturaleza ha decidido. Nacemos con la necesidad de tener como padre un referente masculino, y como madre uno femenino, dos modelos de vida evidentemente complementarios. El que muchos, por avatares de la vida, hayan crecido o estén creciendo sin alguna de esas figuras no devalúa su necesidad, sino que, en todo caso, la pone de manifiesto, como bien sabe aquél que carece de una de ellas; y como saben todos los que dejan actuar en su vida al sentido común: hace bien poco, podíamos leer en una revista de tonos progresistas ciertos “consejos” sobre la crianza de los hijos adoptados por parejas homosexuales, y se hacía especial hincapié en la necesidad de que un miembro de la pareja asumiese permanentemente el rol masculino, y el otro el femenino. Por algo sería.

Lo que está claro es que el matrimonio, como estatus jurídico, ha privilegiado siempre determinada forma de convivencia (la pareja heterosexual) sobre otras. Y ello a causa de su evidente utilidad social, que no es otra que la crianza y la educación de la prole. Por eso se ha dado y aun se da por no válido cuando se constata que hubo en origen, por parte de alguno de los contrayentes, una clara voluntad contraria a la procreación. Cuánto más si es la propia razón reproductiva de la especie la que veta toda posibilidad, como ocurre inevitablemente a las parejas homosexuales. Otra cosa son los matrimonios sin hijos por estériles o por mayores, porque la ley es siempre inevitablemente genérica y ha de dar por sentada en toda pareja heterosexual la posibilidad de procreación y una plenitud psicológica natural para la educación del hijo. Como el valor en el soldado, a la pareja heterosexual la capacidad natural de procreación “se le supone”. A la homosexual, obviamente, no.

. Personas adultas que se quieren y viven juntas (hermanos, por ejemplo, o amigos, o colegas) ha habido en todas las épocas, sin que las sociedades hayan sentido nunca la necesidad de establecer mecanismos jurídicos para legalizarlas. ¿Por qué hacerlo ahora con las parejas homosexuales, como no sea para desvirtuar y pervertir lo que la naturaleza ha querido de determinado modo, y no de otro?

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