lunes, 7 de noviembre de 2011

Marcelo y la autora del reportaje
Victoria entre las sombras:
una novela católica para nuestro tiempo

—entrevista a Marcelo di Marco—

Por María Laura Sánchez

Los cuentos de hadas dan al niño su primera idea clara de una posible victoria sobre el fantasma. El niño ha conocido íntimamente al dragón desde que supo imaginar. Lo que el cuento de hadas hace es proporcionarle un San Jorge capaz de matar al dragón.
G. K. Chesterton


Marcelo di Marco (1957) pertenece a ese puñado de escritores que en su vida y en su obra se atreven a refutar los dogmas políticamente correctos del Nuevo Orden Mundial. Poeta, ensayista y narrador de reconocida trayectoria, fue uno de aquellos “retrógrados, reaccionarios y fascistas” que en 2004 se opusieron públicamente a la blasfema exposición de León Ferrari, de triste recuerdo. En esa oportunidad escribió: «Como argentino, no puedo menos que sentirme gravemente ofendido por semejante muestra de odio anticristiano y antimariano (no se trata sólo de odio antieclesial) cometida en un lugar público con el beneplácito de casi la totalidad de los medios de comunicación y de los más preclaros intelectuales y artistas del país. No quiero pensar cómo habrían reaccionado dichos medios y dichos pensadores si los que hubiesen sido “cuestionados” por Ferrari en el Recoleta hubieran sido el judaísmo o el budismo o el protestantismo o cualquier otro sistema filosófico o religión». Varias de las obras de Di Marco están dedicadas a enseñar —con amor y humor— el arte de escribir. Ampliamente difundidas dentro y fuera de Argentina, son de aplicación constante en ámbitos privados y oficiales, y condensan sus más de treinta años de experiencia como coordinador de talleres de escritura. El más conocido de esos títulos es el best seller Taller de corte & corrección, que ya va por su quinta edición. Random House Mondadori acaba de editar el nuevo libro de Marcelo di Marco, para el sello Sudamericana Joven. Se trata de la novela Victoria entre las sombras, lanzada de manera oficial el 26 de septiembre pasado ante una concurrencia de cerca de doscientas cincuenta personas que desbordaron la sala C del Centro Cultural General San Martín. Orgullosamente y desde hace años comparto la amistad de este maestro indiscutido de la literatura, quien hoy nos habla acerca de su flamante creación.


Una vez te escuché discurrir sobre la estructura de la novela, entendida como género. Hacías referencia a una especie de camino a cumplir.

De alguna manera, la novela reproduce nuestro breve paso por este mundo, con todas nuestras alegrías y nuestros pesares. Viene a ser un símbolo del devenir del hombre. Por eso pega tanto. Si pensás en las novelas que te han conmovido, verás que en todas ellas hay un común denominador: al héroe, al protagonista, se le encomienda una misión. Ese objetivo, que puede ser encomendado por él mismo, lo llama a trascender. Debe salir de su pueblo, de su entorno —acaso la familia, el grupo, una comunidad determinada— para recorrer un camino y volver con la misión cumplida. Y en ese camino lo esperan pruebas y hazañas que es necesario superar para poder ser. Y en ese mismo camino será acompañado por gente que lo ayuda, o por gente que intenta hacerlo fracasar. Por “gente” quiero decir hombres, animales antropomorfizados y no tanto, elementos mágicos, seres naturales y sobrenaturales. En fin, es lo que se conoce con el término de “personajes secundarios”. ¿Ves? En las palabras está todo: esos personajes secundan al héroe, tanto si se trata de oponentes como de ayudantes. Y el principal de esos oponentes es el antagonista, en constante lucha con el protagonista. Y ahí entra el coprotagonista, el Sancho o el Robin que todo Quijote y todo Batman llevan a su lado. ¿Se va cumpliendo lo que digo en las novelas en que pensaste?

Totalmente. Incluso personajes como Madame Bovary tienen una misión, aunque sea la de destruirse y destruir todo lo que encuentran a su paso.

Exacto. Si el principal enemigo de Ahab es la ballena blanca que decidió almorzarle una pierna, o Ahab mismo… bueno, eso es ya motivo de interpretación. Y ahí no me meto: para eso están —si están— los críticos. Lo cierto es que el esquema simplote que acabo de describir es pertinente tanto para “Caperucita Roja” como para El corazón de las tinieblas: cruzá el bosque y anda a ver en qué anda tu abuelita. Y siempre vas a ver que en toda novela —sea consciente o no el novelista— tendrá el héroe su descensus ad inferos. La panza del lobo-abuela, el ataque que sufre Marlow en el río son buenos ejemplos. Hasta el gaucho Martín Fierro tuvo su descenso al infierno, en la escena de las tolderías: ¿te acordás de la cautiva, maniatada con las tripas de su propio hijito? Ahora bien: una vez que el héroe supera ese camino, vuelve a su pueblo y se hace conductor del mismo. El héroe deviene líder. Y valga una aclaración: eso sucede en las epopeyas del mundo clásico. En las gestas actuales, el héroe vuelve prácticamente destruido. En lugar de devenir líder, el héroe deviene antihéroe. Y hay una especie de culto de esa antiheroicidad. Siempre conviene recordar esta frase maravillosa de Ortega: “El tigre no puede destigrarse, pero el hombre puede deshumanizarse”.

Presentación del libro
En ese sentido, Victoria entre las sombras va en contra de la corriente.

Y sí. Después de haberla terminado, me di cuenta de que Tomás, el protagonista, luego de pasarse una temporadita en el infierno, vuelve como conductor de su grupo: habiendo sido, en el comienzo, el “pescado”, el “chabón” o el “nabo”, recobra su propio nombre y acude en defensa del más débil, en un final que no puedo revelar acá. Él mismo, después de la hazaña, lo reconoce: “Los Pinoaga me miraban como deben haberlo mirado los soldados del Ejército de los Andes al general San Martín después de sus triunfos”. Y recién dije “después de haberla terminado”, porque de eso, de estos temas que estamos hablando ahora en frío, no fui consciente en ningún momento. Al menos durante el proceso de escritura. Yo traté de contar una historia que cautivara al lector; jamás me propuse El Gran Tema, previamente a la escritura de la novela. Las cosas se dieron así, acaso por aquello de que “el estilo es el hombre”. En lo personal, siempre me interesó comprobar la evolución —o la involución— de ciertos personajes, ya sean de papel y tinta o de carne y hueso. Y hay un fuerte contenido teológico en esa mirada. Dios envió a Cristo al mundo para darnos la medida de lo humano, la medida del héroe, quien “para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos”, según el símbolo niceno. Enrique Aguirre, vicepresidente de forvm, me escribió un e-mail en que describe el corazón de Vels: “(…) un tema y un lenguaje joven para desarrollar un dilema humano con fuertísimo transfondo teológico, donde no faltan permanentes y reiteradas muestras de criterio católico. En fin, indispensable para una cultura en decadencia”.

Se me vienen a la cabeza aquellas palabras de José Antonio: “Desde el origen del mundo, el único aparato capaz de dirigir hombres es el hombre. Es decir, el jefe. El héroe”. ¿Creés que el héroe nace o se hace? Si Tomás no hubiese tenido ese resorte decisivo —lo espiritual, lo trascendente—, ¿le hubiese importado emprender la lucha?

A imagen de Cristo, como ya dije, el héroe es aquel que sale de sí para dar la vida por los suyos. El héroe es un para. Y ese es el sentido teológico que le da José Antonio al concepto de jefatura. Eso está en las Escrituras de manera inequívoca, en el Evangelio de San Mateo: el jefe es jefe en la medida en que ha venido a servir y no a ser servido. Caso contrario, si el jefe no está dispuesto a “dar su vida como rescate por muchos”, si prefiere ser servido en lugar de servir, no es un jefe sino un déspota. El tema del héroe, del jefe, es muy caro al nacionalismo; pero bien lo afirmaba Jordán Genta —un héroe de nuestro tiempo, dicho sea de paso, consciente de su inminente martirio—: el nacionalismo, sin Cristo, engendra monstruos. En cuanto a Tomás, mi protagonista, su objetivo evoluciona dentro de la marcha de la novela. Al principio quiere rajarse para siempre del infierno que se vive en su casa, bajo el dominio de una madrastra más mala que la de Blancanieves y con un padre pollerudo que no se atreve a tener el mínimo gesto de virilidad. Y después, esa misión cambia de rumbo: Tomás debe rescatar a su amiga, Victoria, que está a merced de algo tan siniestro que… bueno, dejemos que los lectores lo averigüen por su propia cuenta. Para terminar de responder a tu pregunta, creo que héroe se nace. Y con las pruebas y las adversidades se mejora, en todo caso.

Para cerrar, me gustaría encender la mecha hablando de la segunda novela, la continuación de Victoria entre las sombras, aún no publicada y que tuve el privilegio de leer en su manuscrito. Empecé a ver The Walking Dead, por recomendación tuya, y me volví fanática. Encuentro un claro paralelismo entre esta serie y tus dos novelas: el mundo se disuelve, y las relaciones humanas se adulteran cada vez más; pero el sheriff protagonista trata de conservar la virtud, aquello que lo confirma como humano ante tanto zombi suelto. ¿Nos podrías adelantar algo de la continuación de Vels, para despertar en tus lectores el apetito por más Victorias?

Debido al éxito que gracias a Dios está teniendo Vels —hoy agotada en el depósito de Sudamericana—, algo empezamos a hablar con mi editora sobre la posibilidad de lanzar la segunda parte. Ya está terminada, pero debo practicarle algunos retoques para cuando llegue el momento de entregarla. Se titulará Victoria en el infierno de las pesadillas vivientes. Y la historia, cuya primera base argumental era muy diferente en un principio, comenzó a cristalizarse cuando leí La misión educadora de la familia, de Antonio Caponnetto. En el prólogo, refiriéndose al Libro de Tobías, el autor afirma: “El demonio Asmodeo impedía sucesivamente las nupcias de Sara. Porque el Demonio, ese gran odiador, es el verdadero beneficiado con las intrigas, las separaciones y las quiebras del amor”. Leer eso, comprobar cómo el Enemigo, incluso desde los lugares más insospechados, intenta denigrar y destruir a la familia, hizo que el argumento original derivara a lo que ha quedado como versión final.

En este sentido, me parece que tanto Vels como su continuación vienen a cubrir un vacío. Dicen que ya no existen novelas en las que el sentido común venga a poner luz entre tanta palabra laberíntica y tanto mediocre derrotismo.

Tal vez mis lectores puedan responder a tal afirmación con una rotunda negativa. Es mi esperanza.
Fotos:©Daniel Grad

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Grande canarada Marce¡¡¡

Anónimo dijo...

Enrique Aguirre lo sintetizó muy bien! VELS es una gran herramienta para la evangelización de la cultura, algo que tenemos bastante olvidado. Felicitaciones!!!